viernes, 2 de octubre de 2015

Cuicuilco, honor a quien honor merece

Por: Norma Márquez

Si la Ciudad de México conserva vestigios de nuestros antepasados, uno de ellos está, sin duda, en la zona arqueológica de Cuicuilco, menos popular y por tanto menos turística que su vecino del Norte, Teotihuacán, pero no por eso de menor trascendencia como huella de una gran civilización.

Y es que, si bien Teotihuacán ostenta la pirámide del Sol y la Luna como principales atractivos de uno de los centros políticos y sociales más importantes de la era prehispánica, Cuicuilco fue el centro ceremonial por excelencia que tuvo auge aún antes que su vecino, aunque para muchos es un montículo poco atractivo perdido en la avenida Insurgentes Sur.
Nada más erróneo. He aquí parte de la historia, magia y secretos de una zona arqueológica de escasa difusión, extinguida por una erupción volcánica, pero que dejó mucho más que vestigios en un montículo de 25 metros de altura.
El Gran Basamento

Lugar de cantos y danzas
Ubicado en una otrora zona fértil gracias a las aguas provenientes del Ajusco y al río Zacatépetl, hoy Periférico Sur, Cuicuilco fue una de las primeras ciudades levantadas entre los años 800 y 150 a.C en la parte sur de la cuenca de México como centro ceremonial, donde entre cantos y danzas se adoraba al dios viejo del fuego Huehueteotl.

Con una población de entre 20 y 40 mil habitantes, Cuicuilco debió ser un lugar vivaz, de alto movimiento urbano, opuesto a la relajante quietud que hoy nos recibe con una extensa área verde, cuyo único e incesante bullicio proviene del Anillo Periférico.
Vista desde el Gran Basamento
 ¿Dónde están los 25 metros de pirámide?
Subir al Gran Basamento seguramente es experimentar un poderío similar al que percibieron sus pobladores. La vista es por demás complaciente y desde ahí podemos ver al culpable de la extinción de este centro ceremonial: el volcán Xitle, cuya erupción sepultó con lava buena parte de él y de los 25 metros del Gran Basamento, pero aún es posible constatar su tamaño en uno de sus costados gracias a los trabajos arqueológicos. Sin embargo, éstos no llegarán a lo más profundo, a riesgo de dañar los vestigios cubiertos con al menos diez metros de piedra volcánica.

El Xitle obligó a la migración, lo que terminó influyendo en la consolidación de Teotihuacán y poco a poco al abandono total de Cuicuilco, cuyas huellas fueron descubiertas hasta 1922 por Manuel Gamio.
Altar en la cúspide
400 hectáreas de reunión
No sobra recalcar que la extensión original de la zona arqueológica no se limitaba al área que ocupa el Gran Basamento, pues se estima que abarcaba aproximadamente 400 hectáreas que hoy se extienden hacia el Parque Ecológico Loreto y Peña Pobre, cruzan la Avenida Insurgentes en la Villa Olímpica y llegan hasta la Pirámide de Tenantongo en el Bosque de Tlalpan.

El auge de Cuicuilco ocurrió entre el año 300 y 150 a.C. Hoy sus vestigios, aparentemente desordenados, parcialmente ocultos entre rocas y pastizales, parecen no tener sentido. Quizá por ello Cuicuilco no es tan promovido como atractivo turístico, pero basta acudir y ser curiosos para revalorarlo como lo que fue, empezando por recorrer el conjunto más conocido, donde el paseante puede elegir caminar por el sendero que lleva hacia el Gran Basamento o el que recorre la reserva ecológica, además del museo de sitio.
El Xitle, frente a la sierra del Ajusco
El interés monetario sobre la identidad
Luego de que la naturaleza del Xitle extinguiera a Cuiculco como centro ceremonial, cualquiera podría pensar que sus huellas quedarán inalterables, pero no es así. Otro culpable de que no podamos disfrutar plenamente de Cuicuilco es la modernidad. El interés económico para construir un centro comercial, pudo más que el intento por preservar intacta la zona arqueológica, invadiendo y sepultando definitivamente la parte sur.

Sin embargo, dejando a un lado la nostalgia y la amnesia, bien podríamos velar por la vigencia de Cuicuilco haciendo caso a la recomendación de Conaculta: lo que muchos minimizan como un lugar convertido en ruinas, es en realidad motivo de respeto hacia el primer centro ceremonial en la parte sur de la cuenca de México, no sólo por ser un cúmulo de historia, sino por ser parte de nuestra identidad, propia e inextinguible.


FUENTE: Museo de sitio Cuicuilco, Instituto de Geofísica UNAM, Turismo Cultural INAH, Conaculta.

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